Muchos propietarios recuerdan perfectamente el momento en que el veterinario les dijo que “las pruebas estaban dentro de la normalidad”. Esa frase suele generar tranquilidad, la sensación de que el animal no corre peligro inmediato. Por eso, cuando horas o días después el animal empeora de forma notable o incluso fallece, aparece una contradicción muy difícil de procesar: si todo estaba bien, ¿cómo es posible que ocurriera algo tan grave? Entender esta situación exige separar tres elementos fundamentales: la naturaleza de las pruebas, su interpretación clínica y la evolución real del paciente.
Decir que unas pruebas son normales no significa que el animal esté sano ni que no exista un riesgo relevante. En veterinaria —como en medicina humana— hay enfermedades que no se reflejan en analíticas básicas, o que solo muestran alteraciones en fases avanzadas, o que requieren pruebas específicas para ser detectadas. Una hemorragia interna temprana, por ejemplo, puede coexistir con una analítica normal. Una torsión gástrica en los primeros minutos puede no verse todavía en determinadas pruebas. Un fallo cardíaco agudo puede no aparecer en un análisis de sangre si no se realiza la prueba adecuada. Por eso, interpretar “normalidad” como “seguridad” es una trampa frecuente para el propietario, pero también un error de comunicación por parte del profesional.
Cuando analizo un caso como perito, siempre reviso si la normalidad de las pruebas era coherente con el estado del animal. A veces la prueba está bien hecha y la interpretación también, pero el cuadro clínico estaba en una fase demasiado inicial para mostrar alteraciones. Otras veces, sin embargo, la normalidad es engañosa porque el veterinario solicitó pruebas insuficientes, incompletas o inadecuadas para el problema real. Y en un porcentaje nada desdeñable de casos, la normalidad existe únicamente sobre el papel: son analíticas incompletas, ecografías poco detalladas o radiografías mal interpretadas que llevan a una falsa sensación de tranquilidad.
Para entender mejor esta situación, suele ser útil imaginar las pruebas como una fotografía estática de un momento concreto.
Una prueba normal solo significa que, en ese instante, no se detectó una alteración medible.
Pero el cuerpo no es estático, y algunas enfermedades evolucionan a gran velocidad. Por eso, un animal puede tener pruebas normales por la mañana y estar en una situación crítica por la tarde. La percepción del propietario —“me dijeron que todo estaba bien”— se convierte entonces en la semilla del conflicto, porque siente que algo se pasó por alto.
El propietario que vive esta contradicción debe solicitar la documentación completa de las pruebas: resultados originales, imágenes, informes, indicación del motivo por el que se hicieron y tiempos exactos. Con esa información, un análisis pericial permite determinar si la normalidad era real, si se interpretó correctamente o si el error estuvo en no pedir pruebas adicionales que sí eran necesarias. También permite valorar si se debió avisar al propietario del riesgo de evolución rápida pese a los resultados aparentemente tranquilos.
Comprender por qué unas pruebas “normales” no evitaron un desenlace grave ayuda a decidir si hubo negligencia o simplemente una evolución inesperada. Y sobre todo, ayuda al propietario a recuperar una visión técnica que la emoción del momento hace casi imposible alcanzar.